El blog de Mainakae

domingo, julio 23, 2006

La verdad sobre perros y gatos


La Tierra prometida no halla la paz. Árabes y judíos se enfrentan desde hace medio siglo en un conflicto interminable, que desde el inicio de la Segunda Intifada ha alcanzado niveles de tensión sin precedentes en las dos últimas décadas. La política israelí de «mano dura» y el azote del terrorismo palestino han convertido la crónica del día a día en Oriente Próximo en el relato de una guerra no declarada.

El conflicto árabe-israelí se remonta a 1947, cuando Gran Bretaña decide abandonar Palestina —donde ya existían enfrentamientos entre los autóctonos y los judíos que se habían ido asentando allí con la esperanza de crear un «hogar nacional»— y deja el problema en manos de la ONU. Para poner fin a esta situación, Naciones Unidas aprueba, el 29 de noviembre de ese mismo año, un plan de partición del territorio en dos zonas: una israelí y otra palestina. Se crea así la situación idónea para que, el 14 de mayo de 1948, David Ben Gourion proclame el Estado de Israel.

Los países árabes de la zona se oponen al nacimiento del nuevo Estado y envían sus tropas desencadenando la primera guerra árabe-isrelí (mayo de 1948), que se prolonga durante más de un año y provoca un éxodo masivo de palestinos. En julio de 1956, la tensión se agrava cuando Egipto nacionaliza el Canal de Suez, provocando la respuesta de Israel, Francia y Gran Bretaña, que se alían e invaden el Sinaí. Las presiones de la ONU y EEUU les obligan a retirarse. Finalmente, el 27 de mayo de 1964 nace en Jerusalén la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).

El 5 de junio de 1967 arranca la Guerra de los Seis Días: Israel ataca Egipto, Siria y Jordania y conquista los Altos del Golán (territorio Sirio), la península del Sinaí (territorio egipcio), Gaza (también egipcio por aquel entonces), Cisjordania (territorio jordano) y parte de Jerusalén. Unos años después, en octubre de 1973, se produce un nuevo conflicto armado, el del Yom Kipur (llamado así por tener lugar durante una homónima fiesta nacional judía, la del “día del perdón”), cuando Egipto y Siria atacan Israel y recuperan parte de los Altos del Golán. En abril de 1975 llega la Guerra de El Líbano con la ofensiva de Israel para expulsar a los palestinos de este territorio. El 5 de septiembre de 1972, un comando palestino asesina a 11 deportistas israelíes durante los Juegos Olímpicos de Múnich. En noviembre de 1974, la ONU reconoce a la OLP como legítima representante de Palestina.

El 18 de septiembre de 1978, Israel, Egipto y EEUU firman los acuerdos de Camp David, por los que el primero devuelve la península del Sinaí a Egipto. Pero no terminan los problemas: en junio de 1982, Israel invade El Líbano para expulsar a la OLP, que tenía su cuartel general allí y, en septiembre, milicias libanesas cristianas y las tropas del general Ariel Sharon irrumpen en los campos de refugiados de Sabra y Shatila, donde asesinan a más de 2.000 palestinos. En diciembre de 1987 comienza la Intifada —jóvenes palestinos se enfrentan con piedras al Ejército israelí en protesta por la ocupación de Gaza y Cisjordania—, que se saldó con más de 20.000 muertos y heridos; y el 16 de abril de 1988, Israel asesina al número dos de la OLP en Túnez.


El 15 de noviembre de 1988 nace el Estado Nacional Palestino, presidido por Yasir Arafat. Tres años después, en octubre de 1991, Madrid acoge una Conferencia de Paz en la que participan Israel, Palestina, Siria, Jordania y El Líbano y, en enero de 1993, prosiguen los buenos gestos con la reunión en Oslo de representantes de la OLP e Israel. En septiembre de ese año, Arafat e Isaac Rabin firman una declaración de principios basada en los Acuerdos de Oslo, en la que Israel reconoce a la OLP y otorga a los palestinos cierta autonomía a cambio de que renuncien a sus pretensiones territoriales.

En mayo de 1994, Israel y la OLP acuerdan, en la Cumbre de El Cairo, aplicar la primera fase de los Acuerdos de Oslo, que contemplan la retirada militar del 60% de Gaza y de Jericó. Dos meses después, el 1 de julio de 1994, Arafat regresa a Gaza y toma posesión como presidente de la Autoridad Nacional Palestina. En octubre termina la guerra entre Israel y Jordania, que duraba ya 46 años. Más tarde, en septiembre de 1995, Arafat y Rabin acuerdan ampliar la autonomía palestina en Gaza y Cisjordania y permitir la convocatoria de elecciones, que Arafat gana en abril de 1996. Pero su interlocutor, el laborista Isaac Rabin —gran impulsor del proceso de paz— es asesinado por un judío ultraortodoxo. Era el 4 de noviembre de 1995. Simon Peres le sucedió como primer ministro iraelí.

El 31 de mayo de 1996, el derechista Benjamín Netanyahu se convierte en primer ministro israelí. Su Gobierno duró menos de tres años: el 17 de mayo de 1999 se celebran nuevos comicios, en los que se impone el laborista Ehud Barak. Durante el mandato de Netanyahu, Israel entrega el 80% de la ciudad de Hebrón a los palestinos (enero de 1997), pero completa el cerco alrededor del sector ocupado de Jerusalén Oriental con el asentamiento de Har Homa. En octubre de 1998, se firma el acuerdo de Wye, que establecía la retirada israelí del 12% del territorio cisjordano si se suspendía la lucha armada.

El 6 de febrero de 1999 muere uno de los principales impulsores del proceso de paz, el rey Hussein de Jordania. En septiembre de ese año, Arafat y Barak firman la revisión del Acuerdo de Wye, que contemplaba la retirada israelí en tres fases del 12% de Cisjordania y la liberación de 350 presos palestinos a cambio de que la OLP garantizase la seguridad. En noviembre se reanudan las negociaciones sobre los territorios ocupados, pero se rompen pocos días después al construirse nuevos asentamientos. Y, en febrero de 2000, fracasa una nueva cumbre entre Arafat y Barak por desacuerdos sobre la devolución de tierras establecida tras la revisión de Wye.

2000 no fue un buen año. En marzo, Israel completa la entrega del 6,1% de Cisjordania y, en mayo, retira sus tropas del sur de El Líbano tras 22 años de ocupación. Pero los avances eran un espejismo: en julio fracasa la cumbre de Camp David, convocada por Clinton para negociar la soberanía de Jerusalén, y el 28 de septiembre se desata la Segunda Intifada, cuando Ariel Sharon, líder del Likud, visita la Explanada de las Mezquitas. El «excesivo uso de la fuerza» de Israel para reprimir la revuelta provoca incluso una resolución de condena de la ONU. En diciembre, Clinton propone a Barak y Arafat un plan que devolvía a Palestina un 95% de Cisjordania y un control restringido sobre la Explanada de las Mezquitas. Pero ese mismo mes, el día 9, Ehud Barak dimite y provoca el adelanto de las elecciones.

2001 comienza con buen pie: en enero, palestinos e israelíes se reúnen en el balneario egipcio de Taba para negociar un acuerdo sobre la propuesta de paz de EEUU. Pero en febrero, Sharon es elegido primer ministro y entierra las negociaciones al anunciar que no va a respetar los acuerdos de Taba. Poco después, en junio, se reúne con Bush en EEUU y reitera su negativa a desmantelar las colonias judías (condición para la paz fijada por Arafat). El 17 de octubre, extremistas palestinos asesinan al ministro de Turismo israelí, Rejavam Zeevi y, en diciembre, una oleada de atentados palestinos deja 26 muertos y 200 heridos. En respuesta, Israel bombardea Gaza y Cisjordania y rompe los contactos con Arafat.

2002 estuvo marcado por el asedio al presidente palestino: el 29 de marzo, Israel lanza la «Operación Muro Protector», que mantiene a Arafat cercado durante 34 días en su cuartel general de Ramala (Muqata) y, en septiembre, el Ejército de Sharon vuelve a ocupar la Muqata y sólo levanta el cerco tras las presiones de EEUU. A pesar de las repetidas condenas de la ONU, que en marzo apoya la creación del Estado palestino con la resolución 1397, Sharon continúa con su política agresiva: el 16 de junio, comienza la construcción del muro de separación entre Israel y Cisjordania. Se producen, además, cambios políticos: en octubre, Arafat presenta su nuevo Gobierno y, en noviembre, la dimisión de los ministros laboristas deja a Sharon sin apoyo en el Parlamento y le obliga a convocar elecciones para enero de 2003.

El 28 de enero de 2003, Sharon es reelegido primer ministro de Israel. Arranca así un año marcado por la presentación, en abril, de la Hoja de Ruta: plan de paz del Cuarteto que fijaba la creación de un Estado palestino para finales de 2005. Este año se producen cambios sustanciales en la ANP, con el nombramiento, en marzo, de Abu Mazen como primer ministro. En junio, Mazen acude a la cumbre de Aqaba (Jordania) junto a Sharon y Bush. En este encuentro, los israelíes apoyan la construcción de un Estado palestino y prometen desmantelar los asentamientos ilegales. El 29 de junio, Hamas y la Yihad inician una tregua que se rompe en agosto con tres atentados suicidas. De nuevo, las buenas intenciones no llegan a nada: el 6 de septiembre, Mazen dimite por sus diferencias con Arafat sobre el control de los organismos de seguridad. Le sustituye Abu Ala. Mientras la Hoja de Ruta se queda también en papel mojado, Sharon aprueba, el 1 de octubre, la construcción de un nuevo tramo del Muro de Cisjordania.

En 2004 el conflicto no lleva camino de solucionarse: los asesinatos del líder espiritual de Hamas, el jeque Yasin, primero, y de su sucesor, Abdelaziz Rantisi, apenas un mes después, alimentan el odio de los palestinos. En abril, Sharon viaja a Washington para presentar a Bush su «plan de desconexión» (evacuación no negociada de 17 de los 21 asentamientos judíos de Gaza y retirada parcial de Cisjordania hasta una línea de seguridad). Pero su iniciativa es rechazada por el 59,5% del Likud en un referéndum interno. El 9 de julio, el Tribunal de La Haya declara ilegal el Muro de Cisjordania y exige su desmantelamiento. Y aunque la ONU insta a Israel a que cumpla la resolución, Sharon hace oídos sordos.

La muerte de Arafat, el 11 de noviembre de 2004, y la posterior renovación de las autoridades palestinas abren nuevas expectativas en Oriente Próximo. Dos meses después, Abu Mazen es elegido en las urnas como sucesor del 'rais'. El 8 de febrero de 2005, el líder palestino se reúne con Ariel Sharon en Egipto. Es la primera reunión importante en cuatro años.


El 8 de febrero de 2005, el proceso de paz recibía una nueva oportunidad. Ariel Sharon y Abu Mazen (sucesor de Arafat en la presidencia palestina) anunciaban un alto el fuego y se comprometían al estricto cumplimiento de la hoja de ruta. No significó, sin embargo, el fin de la violencia terrorista ni de las incursiones israelíes.

En agosto de 2005 se produce la evacuación de 21 colonias de Gaza y cuatro de Cisjordania. Es el denominado Plan de desconexión de Sharon, una medida no negociada y aplicada de manera unilateral por Israel, que aunque pone fin a 38 años de ocupación en territorio palestino es recibida con recelo por quienes dudan de las verdaderas intenciones de Sharon.

Hamas obtiene una victoria aplastante en las elecciones legislativas celebradas el 25 de enero de 2006. Considerada una organización terrorista por EE.UU y Europa, el grupo islamista consiguió 76 de los 132 diputados que componen la Asamblea Legislativa y que le otorgan una mayoría absoluta. Tras conocer los inesperados resultados, el líder de Hamas, Ismail Anilla, emplazó a Al Fatah y al resto de facciones palestinas para estudiar una posible 'asociación política'.

Datos extraídos del diario El Mundo.

Como se puede comprobar, el problema Israelí-Palestino es un problema que viene de largo, y que durante los más de 50 años que lleva en activo, ha impedido que los habitantes de uno y otro país conozcan la paz.

Se trata de un problema complicado, puesto que los palestinos no están dispuestos a reconocer a Israel como país y los Israelitas, que ya han tenido oportunidad de criar, al menos, una generación de israelíes que ha llegado a los 50 años, se consideran con tanto ó más derecho a permanecer en esa tierra que los palestinos.

Pero la verdadera dimensión del problema no estriba, a mi entender, en dicha disputa por la territorialidad, la cual confieso despierta muchos sentimientos, la mayoría de ellos contradictorios, en mi persona, sino en la serie de aliados que cada nación arrostra tras de sí, así nos encontramos con EEUU y Gran Bretaña tras Israel (ver la guerra por la liberalización del canal de Suez), mientras que por otro lado nos encontramos con Jordania, el Libano, Siria, Egipto y, más recientemente, Irán tras Palestina.

Todos y cada uno de estos países “agregados al conflicto” son, según mi humilde opinión, quienes verdaderamente deben considerarse culpables de que la situación haya llegado hasta donde ha llegado, ya que, como bien apuntaba un buen amigo mío, si no hubiesen intervenido nunca, posiblemente israelíes y palestinos hubieran solucionado sus diferencias, de una forma u otra, y tal vez la historia hoy sería muy distinta, con una Israel que, sin la ayuda en las sombras de EEUU y Gran Bretaña, sería poco más que una vulgar organización terrorista subvencionada por el tío Sam, como en su día lo fue el movimiento Talibán en Afganistán. Lo mismo podría decirse de Egipto, Siria, Jordania e Irak, que vieron en el naciente estado de Israel una estupenda oportunidad para echar un pulso a la administración norteamericana, que se estrenaba como primera potencia mundial tras la caída de la Alemania nazi y, de paso, ejercitar un poco su maquinaria bélica con la excusa de ayudar a su vecino en el Islam (ver la guerra de 1948), todo ello, probablemente, con la intención de medir la capacidad de respuesta de el mundo occidental en la antesala del apoderamiento del canal de Suez por parte de Egipto 8 años después.

Juegos de intereses por aquí y por allá que, hasta la fecha, tan sólo se han traducido en la muerte de miles de personas a lo largo de las últimas décadas, muertes de palestinos e israelíes en su mayor parte, mientras que sus taimados vecinos y los reluctantes EEUU y compañía han preservado la vida de sus soldados y gentes.

Es por todo ello que desde este momento, y a partir de ahora, me niego categóricamente a inclinarme por un lado u otro del conflicto, puesto que no siento especial simpatía por ninguna de las dos nacionalidades, y mucho menos tengo interés por convertirme en un expoliador más de la situación, pues considero que ya son bastantes los que intentan sacar tajada de la situación (la zona es un enclave estratégico dentro del mediterráneo de primer orden), deseando desde aquí que nuestros políticos, tanto de uno, como de otro partido, dejen de inclinarse por uno u otro bando, se alineen para condenar la violencia ejercida por ambas partes y se preocupen más de los problemas domésticos, que no nos faltan.

Y es que durante demasiadas veces me he descubierto, para mi horror y sorpresa, calificando a unos de irracionales muertos de hambre y a otros de invasores prepotentes, pero lo cierto es que, tanto unos como otros, son seres humanos, criaturas de Dios encerradas en una espiral de violencia y horror que, difícilmente, se solucionará por una vía distinta a la de la aniquilación total de uno de los dos bandos. Tal es la magnitud del Odio que ambos países se profesan.

Autor: Adolf

1 Comments:

  • He de decir, amigo, que me ha encantado el artículo. Ha pasado tanto tiempo desde que comenzó el conflicto entre ambos pueblos, que los que cometiesen los primeros errores quedaron atrás, siendo ahora un nuevo conflicto movido tan solo por el odio arrastrado y los intereses de otras naciones. Quién lanzase la primera piedra tiene poco sentido ya, pues tiempo ha pasado desde que las primeras manos murieron, y tampoco tiene sentido tratar de discernir quien de los dos ha sido más brutal, ya que ambos bandos han hecho gala de brutalidad sin parangón. Unos con su superioridad armamentística y sus poderosos aliados son capaces de borrar pueblos del mapa, o de eliminar a una sola persona entre una multitud sin salpicar la sangre a quienes le rodean. Otros por el contrario son capaces de subir a un autobús lleno de gente (niños entre ellos) y morir llevándose con ellos a muchos, con la fe ciega de que en la otra vida serán recompensados.

    Ese conflicto es una vergüenza para la raza humana, como todos los otros conflictos y aberraciones que comete el hombre (y la mujer) en su lucha contra sus semejantes, en el que no tiene menos culpa una parte que la otra, ni tienen más sangre en las manos que los aliados.

    Tal vez suene extremista mi próximo comentario, tal vez parezca movido por el odio, o por creencias religiosas. Creo que el mejor resultado posible es que ambas naciones desaparezcan por completo, en tanto que no van a cesar sus hostilidades, y si una de las dos se declara vencedora frente a la otra solo significará que ha conseguido superar en brutalidad a su enemigo, siendo esta suficiente excusa para que cualquier ser racional desee también su desaparición. Evidentemente el mejor resultado deseable es que cesen y convivan en paz, pero a estas alturas me parece mucho menos probable que la posibilidad de que ambas se aniquilen.

    Ojala naciones más grandes olviden por un momento los intereses económicos y estratégicos y recuerden que somos personas, que hay algo más que el dinero en este mundo, y ayuden a cesar el conflicto, en vez de azuzar las brasas de los rencores.

    Un saludo a todos.

    By Blogger Pedro, at 12:57 p. m.  

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